martes, 18 de abril de 2023

Martina Chapanay

 A quienes viven en la zona de Cuyo el nombre Martina Chapanay les puede resultar muy conocido: forma parte del folclore local. El relato de su vida y aventuras pasó de boca en boca, de generación en generación, hasta llegar a hoy, y venció la niebla que suele envolver a las mujeres y disidencias de la historia argentina.



Por lo general, su nombre está acompañado de numerosos epítetos, propios de la literatura oral, que dejan entrever su personalidad y sus actos y permiten recordarla con facilidad: la Montonera (también, la Montonera del Zonda, la Montonera Gaucha), la Hija del Viento Zonda, la Quijote-Hembra, la Bandolera Indómita, la Vengadora Cuyana (también, la Vengadora del Chacho), la Venerada, la Mestiza Rebelde, entre otros.

Origen huarpe

La tradición afirma que era mestiza, hija de un cacique huarpe de apellido Chapanay (del huarpe, chapac-nay, 'zona pantanosa') y de una mujer blanca cautiva. Nació alrededor del 1800 en la zona de las lagunas de Guanacache (secas en la actualidad), ubicada en las provincias de San Juan, San Luis y Mendoza. Existe un registro de la capilla Nuestra Señora de la Merced de la provincia de San Juan que se cree que es de ella. Allí se consignó el bautismo de una tal Martha Chapanay el día 15 de marzo de 1799, hija legítima de Ambrocio Chapanay y Mercedes González; el registro no incluye datos del día de nacimiento (Argentina bautismos, 1645-1930).

Rebelde y libre

Por haberse convertido en leyenda, los detalles de la vida de Martina difieren según la versión, pero todas coinciden en que era una mujer valiente y aguerrida que rechazó los roles y estereotipos de género que la sociedad de la época le imponía: las tareas domésticas y de cuidado. Muy por el contrario, ella adoptó características que se consideraban «masculinas», como la destreza en el uso de armas blancas y boleadoras, la habilidad para cabalgar y montar en pelo y el vestirse de gaucho con chiripá, poncho y botas de potro. Además, fumaba tabaco y bebía.

Felipe Pigna (2012), en su libro Mujeres tenían que ser, lo resume de esta manera: «Se llevó muy bien desde temprano con los caballos y los caminos más difíciles, y aprendió a jugar con el lazo y el cuchillo como las otras niñas lo hacían con las muñecas».

Martina era una niña cuando falleció su madre y, por decisión de su padre, quedó al cuidado de una mujer llamada Clara. Pero, al tiempo, Martina escapó de ella y comenzó una larga vida marginal. Se enamoró de un bandolero, Cruz Cuero, y se convirtió en bandolera, en bandida rural como él, pero distribuía lo que robaba con su banda entre las personas más pobres. Integró las montoneras de Facundo Quiroga y, luego, las del Chacho Peñaloza, cuya muerte vengó.

Martina habitaba los límites, las fronteras. No era totalmente huarpe, ni totalmente blanca. Era mujer, pero se vestía «como un hombre». Era bandolera, pero a lo Robin Hood.

«Martina fue un personaje singular pero también fue un arquetipo de la travesía: como gaucho fue un rebelde propio de la época, como indio era característico que viva al borde de la civilización: es marginada y marginal a la vez». (Casas, p. 49).

Así, la figura de Martina, tan rebelde y de armas tomar, se contrapone en el imaginario popular a la de las chinas ―dulces, mansas y serviciales― y a la de las mujeres cautivas, usualmente representadas en el arte pictórico como mujeres blancas, pasivas, lánguidas, desnudas y vulnerables. Mientras las cautivas eran llevadas a la fuerza a caballo por hombres indígenas (la «barbarie») y las chinas les cebaban mate a sus gauchos, la propia Martina era una mujer que cabalgaba libre, poncho al viento.

Chasqui de San Martín

Cuando Martina se enteró de que San Martín se preparaba para cruzar los Andes, se presentó para ofrecer sus servicios como chasqui. Los chasquis eran mensajeros, personas que tenían como oficio llevar mensajes, montadas o a pie (Academia Argentina de Letras, 2019). Martina era la persona ideal para la tarea: era valiente, buena baqueana y una jineta extraordinaria. «Conocía como nadie el terreno y fue un eficaz chasqui entre las columnas del Ejército Libertador. De aquella epopeya le quedó una chaqueta que lució orgullosa durante años» (Pigna, 2018).

Martina en la literatura y la música

Sobre ella tratan varios textos literarios, como la novela La Chapanay, de Pedro Echagüe (1884), La Martina Chapanay. Poema histórico, del maestro normal Julio Fernández Peláez (1934) y, más recientemente, la novela Martina, montonera del Zonda, de Mabel Pagano (2009).


Por el lado de la música, podemos mencionar cuatro canciones que tratan sobre Martina. Una de ellas es «Bandidos rurales», de León Gieco, donde se la nombra entre otros bandidos de la Argentina. Otra canción sobre ella integra el álbum San Martín Vuelve de Mariano Saravia, Gustavo Maturano y Juan Martín Medina y se titula «Martina Chapanay».


Hay una cueca «guanacacheña» de Los Trovadores de Cuyo que se titula «La Martina Chapanay» y cuya letra la recuerda así:


Fue Martina Chapanay

la nobleza del lugar.

Cuyanita buena

de cara morena

valiente y serena

no te han de olvidar.


Más recientemente, se lanzó «Martina Chapanay, libre y valiente», interpretada por Mambo y Kei Faur, de Mendoza. Este tema comienza contando la historia de Martina y la trae al presente, con ritmo de rap, para hablar del empoderamiento de las mujeres en la actualidad, un material muy interesante para trabajar con estudiantes de Nivel Secundario.


Devoción popular: hacia la eternidad

Se dice que sus restos descansan en el cementerio de la localidad de Mogna, en el nordeste de la provincia de San Juan, en una tumba de laja blanca sin ninguna inscripción, pero que no tiene nada de anónima. La gente del lugar la visita para las fechas patrias y le deja ofrendas. Esa es la tumba de Martina Chapanay, símbolo de defensa de las personas más pobres y de las causas justas. Ya forma parte de la devoción popular.


En su homenaje, se estableció en Mendoza el 22 de febrero el Día de la Mujer Cuyana, que se celebró por primera vez en 2022.

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