martes, 18 de abril de 2023

Josefa Tenorio, la abanderada del Ejército de los Andes

 Toda biografía comienza con un nombre al que le siguen la fecha de nacimiento y de muerte (de corresponder) y, luego, viene el relato de sus actos, un resumen de su vida. Así son las bíos de los grandes próceres de la independencia americana. Sin embargo, aunque Josefa Tenorio ocupa un lugar importante, en su biografía no figuran ni fecha de nacimiento ni de muerte: se desconocen. Solo tenemos su nombre y los datos que aparecen en un documento que ya tiene unos doscientos años, sellado entre 1822 y 1823 y firmado por San Martín, entre otros. La historia de ese documento comienza con una carta que Josefa Tenorio le dirigió al Libertador para presentar un reclamo.



La promesa de San Martín

Josefa Tenorio era una mujer afrodescendiente. Antes de la gesta del Ejército de los Andes, vivía en situación de esclavitud al servicio de una señora llamada Gregoria Aguilar (Balmaceda, 2017). Como tantas otras personas africanas y afrodescendientes, era víctima de la trata esclavista vigente durante la Colonia.

Cuando el cruce se empezó a organizar, San Martín hizo una promesa que llamó la atención de Josefa: los esclavos que participaran del cruce y las batallas por la independencia ganarían su emancipación al regresar. A cambio de su entrega y sacrificio al servicio de la independencia de América, obtendrían esa doble libertad: como pueblo y como personas. La promesa estaba dirigida solamente a hombres esclavizados ya que en el Ejército de los Andes no se admitían mujeres, pero Josefa quiso participar igual.


Y lo hizo. Se vistió de hombre y se presentó como voluntaria ante el Ejército de los Andes. El general Las Heras (el mismo que, una vez descubierta la identidad de Pascuala Meneses, la hizo regresar a Mendoza) no solo la aceptó en las filas, sino que, además, le confió una bandera para que lleve y defienda. Por este hecho, se la conoce como «la abanderada del Ejército de los Andes».

Luego, «fue agregada al cuerpo del teniente general Toribio Dávalos. Cruzó los Andes sin excusarse en ningún momento por su condición de mujer. Integró patrullas, realizó rondas y batalló a la par de sus camaradas» (Balmaceda, 2017). Cruzó los Andes. Participó del sitio del Callao. Entre 1820 y 1821, intervino en varias contiendas.

A su regreso, con la palabra libertad resonando más que nunca en su ser, Josefa le mandó una carta a San Martín. En ella relató todos sus actos y, finalmente, reclamó la libertad prometida (Pruzzo, s. n. t.):


Habiendo corrido el rumor de que el enemigo intentaba volver para esclavizar otra vez a la patria, me vestí de hombre y corrí presurosa al cuartel a recibir órdenes y tomar un fusil. El general Las Heras me confió una bandera para que la lleve y defienda con honor. Agregada al cuerpo del Comandante general don Toribio Dávalos, sufrí todo el rigor de la campaña. Mi sexo no ha sido impedimento para ser útil a la patria, y si en un varón es toda recomendación de valor, en una mujer es extraordinario tenerlo. Suplico a V.E. que examine lo que presento y juro. Y se sirva declarar mi libertad que es lo único que apetezco.


Josefa Tenorio, esclava de doña Gregoria Aguilar


San Martín, fiel a su promesa, contestó de forma favorable: «Téngase presente a la suplicante en el primer sorteo que se haga por la libertad de los esclavos».


Josefa en la música

Una canción de Aníbal Cuadros recuerda la historia de Josefa. Titulada «Josefa Tenorio» y con ritmo de candombe, forma parte del álbum Volverme raíz.


Ahí va Josefa Tenorio

con banderas desplegadas

dispuesta para alcanzar

la independencia anhelada.

Convicciones ancestrales

la empujan a la batalla

y en su pecho está latiendo

la libertad de su raza.


Referencias bibliográficas

  1. Academia Argentina de Letras. (2019). Diccionario de la lengua de la Argentina. Colihue.
  2. Argentina bautismos, 1645-1930 [base de datos]. Martha Chagaray, 1799. FamilySearch.
  3. Balmaceda, D. (2017, 14 de noviembre). Una patriota en el cruce de los Andes. La Nación.
  4. Casas, J. (2009). Mogna, larga distancia: el pueblo de la travesía.
  5. Pigna, F. (2012). Mujeres tenían que ser. Historia de nuestras desobedientes, incorrectas, rebeldes y luchadoras. Desde los orígenes hasta 1930. Planeta. Página 243.
  6. Pigna, F. (2018). Mujeres insolentes de la historia 2. Emecé.
  7. Pruzzo, L. (s. n. t.). Día Internacional de la Mujer. Instituto Nacional Sanmartiniano.
  8. Sosa de Newton, L. (1986). Diccionario biográfico de mujeres argentinas. Editorial Plus Ultra.


Pascuala Meneses, la granadera

 Era 1816. San Martín estaba en el campamento de El Plumerillo terminando los preparativos para cruzar la cordillera en el verano del año siguiente. En ese momento, Pascuala Meneses, una joven chilena o mendocina (según la versión) se enteró de la gran empresa que se estaba gestando y tomó una decisión: alistarse en el Ejército de los Andes. A diferencia de las damas de alta alcurnia, ella era una humilde campesina, que no tenía dinero ni armas ni joyas que aportar a la causa. Lo que sí tenía era valor y su propia vida, y estaba dispuesta a ofrendarlos por la libertad.



Por órdenes de José de San Martín, las mujeres no podían integrar las filas del ejército, pero eso no detendría a Pascuala. Decidida como estaba, se vistió de varón y cambió su nombre al alistarse como voluntaria. Así, pasó a ser «Pascual Meneses».


Le entregaron el uniforme de granadero, seguramente uno de los tantos que cosieron las «Peladas de la Corrupción» o «Peladas Corruptas». Con esos nombres se llamó a un colectivo de costureras compuesto de mujeres indias, chinas y negras que vivían reclusas en conventos. Ellas cosieron todas las frazadas y los uniformes que llevaron los soldados.


Ya vestida de granadera, Pascuala se unió a la columna del general Juan Gregorio Las Heras, la segunda en importancia después de la del propio Libertador. En la columna había unos quinientos hombres. El 18 de enero de 1817 partieron de El Plumerillo y marcharon casi ciento treinta kilómetros con dirección al norte. El objetivo era cruzar la cordillera por el paso de Uspallata, a 3400 metros sobre el nivel del mar.


En el camino, las sospechas y los cuchicheos crecieron. ¿Pascual Meneses era, en verdad, una mujer? Que sí, que no... Finalmente, unos días después, cerca de Uspallata, descubrieron su identidad. Pascuala tuvo que devolver el uniforme y regresar a Mendoza. Cuenta Lily Sosa de Newton (1986) en su Diccionario biográfico de mujeres argentinas: «[...] Las Heras ordenó su regreso a Mendoza. No se conocen más pormenores sobre la vida de esta muchacha que quiso ser soldado del ejército de San Martín».

Pascuala participó del inicio del Cruce de los Andes, aunque sus intenciones fueron frustradas solo por ser mujer. A pesar de todo, el tiempo se ocuparía de darle un justo reconocimiento.


Pascuala en los medios audiovisuales

En 2021, la Municipalidad de Las Heras (Mendoza) la homenajeó en un relato audiovisual con motivo de la efeméride del 25 de Mayo. Con dirección de Hugo Moreno, el corto fue filmado en el campo histórico El Plumerillo. En él se muestra primero a una Pascuala Meneses niña en tiempos de la Revolución de Mayo y, luego, a una Pascuala joven y decidida —interpretada por la actriz mendocina María Vilchez— que se viste con el uniforme de granadero y que, con el morrión bajo el brazo, dice de frente, mirando a cámara:


«Soy Pascuala Meneses, granadero del Ejército de los Andes y mi sueño de patria es más grande que mis temores».


Martina Chapanay

 A quienes viven en la zona de Cuyo el nombre Martina Chapanay les puede resultar muy conocido: forma parte del folclore local. El relato de su vida y aventuras pasó de boca en boca, de generación en generación, hasta llegar a hoy, y venció la niebla que suele envolver a las mujeres y disidencias de la historia argentina.



Por lo general, su nombre está acompañado de numerosos epítetos, propios de la literatura oral, que dejan entrever su personalidad y sus actos y permiten recordarla con facilidad: la Montonera (también, la Montonera del Zonda, la Montonera Gaucha), la Hija del Viento Zonda, la Quijote-Hembra, la Bandolera Indómita, la Vengadora Cuyana (también, la Vengadora del Chacho), la Venerada, la Mestiza Rebelde, entre otros.

Origen huarpe

La tradición afirma que era mestiza, hija de un cacique huarpe de apellido Chapanay (del huarpe, chapac-nay, 'zona pantanosa') y de una mujer blanca cautiva. Nació alrededor del 1800 en la zona de las lagunas de Guanacache (secas en la actualidad), ubicada en las provincias de San Juan, San Luis y Mendoza. Existe un registro de la capilla Nuestra Señora de la Merced de la provincia de San Juan que se cree que es de ella. Allí se consignó el bautismo de una tal Martha Chapanay el día 15 de marzo de 1799, hija legítima de Ambrocio Chapanay y Mercedes González; el registro no incluye datos del día de nacimiento (Argentina bautismos, 1645-1930).

Rebelde y libre

Por haberse convertido en leyenda, los detalles de la vida de Martina difieren según la versión, pero todas coinciden en que era una mujer valiente y aguerrida que rechazó los roles y estereotipos de género que la sociedad de la época le imponía: las tareas domésticas y de cuidado. Muy por el contrario, ella adoptó características que se consideraban «masculinas», como la destreza en el uso de armas blancas y boleadoras, la habilidad para cabalgar y montar en pelo y el vestirse de gaucho con chiripá, poncho y botas de potro. Además, fumaba tabaco y bebía.

Felipe Pigna (2012), en su libro Mujeres tenían que ser, lo resume de esta manera: «Se llevó muy bien desde temprano con los caballos y los caminos más difíciles, y aprendió a jugar con el lazo y el cuchillo como las otras niñas lo hacían con las muñecas».

Martina era una niña cuando falleció su madre y, por decisión de su padre, quedó al cuidado de una mujer llamada Clara. Pero, al tiempo, Martina escapó de ella y comenzó una larga vida marginal. Se enamoró de un bandolero, Cruz Cuero, y se convirtió en bandolera, en bandida rural como él, pero distribuía lo que robaba con su banda entre las personas más pobres. Integró las montoneras de Facundo Quiroga y, luego, las del Chacho Peñaloza, cuya muerte vengó.

Martina habitaba los límites, las fronteras. No era totalmente huarpe, ni totalmente blanca. Era mujer, pero se vestía «como un hombre». Era bandolera, pero a lo Robin Hood.

«Martina fue un personaje singular pero también fue un arquetipo de la travesía: como gaucho fue un rebelde propio de la época, como indio era característico que viva al borde de la civilización: es marginada y marginal a la vez». (Casas, p. 49).

Así, la figura de Martina, tan rebelde y de armas tomar, se contrapone en el imaginario popular a la de las chinas ―dulces, mansas y serviciales― y a la de las mujeres cautivas, usualmente representadas en el arte pictórico como mujeres blancas, pasivas, lánguidas, desnudas y vulnerables. Mientras las cautivas eran llevadas a la fuerza a caballo por hombres indígenas (la «barbarie») y las chinas les cebaban mate a sus gauchos, la propia Martina era una mujer que cabalgaba libre, poncho al viento.

Chasqui de San Martín

Cuando Martina se enteró de que San Martín se preparaba para cruzar los Andes, se presentó para ofrecer sus servicios como chasqui. Los chasquis eran mensajeros, personas que tenían como oficio llevar mensajes, montadas o a pie (Academia Argentina de Letras, 2019). Martina era la persona ideal para la tarea: era valiente, buena baqueana y una jineta extraordinaria. «Conocía como nadie el terreno y fue un eficaz chasqui entre las columnas del Ejército Libertador. De aquella epopeya le quedó una chaqueta que lució orgullosa durante años» (Pigna, 2018).

Martina en la literatura y la música

Sobre ella tratan varios textos literarios, como la novela La Chapanay, de Pedro Echagüe (1884), La Martina Chapanay. Poema histórico, del maestro normal Julio Fernández Peláez (1934) y, más recientemente, la novela Martina, montonera del Zonda, de Mabel Pagano (2009).


Por el lado de la música, podemos mencionar cuatro canciones que tratan sobre Martina. Una de ellas es «Bandidos rurales», de León Gieco, donde se la nombra entre otros bandidos de la Argentina. Otra canción sobre ella integra el álbum San Martín Vuelve de Mariano Saravia, Gustavo Maturano y Juan Martín Medina y se titula «Martina Chapanay».


Hay una cueca «guanacacheña» de Los Trovadores de Cuyo que se titula «La Martina Chapanay» y cuya letra la recuerda así:


Fue Martina Chapanay

la nobleza del lugar.

Cuyanita buena

de cara morena

valiente y serena

no te han de olvidar.


Más recientemente, se lanzó «Martina Chapanay, libre y valiente», interpretada por Mambo y Kei Faur, de Mendoza. Este tema comienza contando la historia de Martina y la trae al presente, con ritmo de rap, para hablar del empoderamiento de las mujeres en la actualidad, un material muy interesante para trabajar con estudiantes de Nivel Secundario.


Devoción popular: hacia la eternidad

Se dice que sus restos descansan en el cementerio de la localidad de Mogna, en el nordeste de la provincia de San Juan, en una tumba de laja blanca sin ninguna inscripción, pero que no tiene nada de anónima. La gente del lugar la visita para las fechas patrias y le deja ofrendas. Esa es la tumba de Martina Chapanay, símbolo de defensa de las personas más pobres y de las causas justas. Ya forma parte de la devoción popular.


En su homenaje, se estableció en Mendoza el 22 de febrero el Día de la Mujer Cuyana, que se celebró por primera vez en 2022.

lunes, 17 de abril de 2023

GÜEMES Y LA IGUANZO

La Iguanzo

Apareció con sus trenzas

en una zamba del pago.

La presentó una guitarra

que la nombró suspirando.

Ah, morena de los ojos

embriagadores y claros;

la mirada de la aloja

en el cántaro rosado.

Es tan airoso su cuerpo,

que en el afán de copiarlo,

se repiten las palmeras

y se repiten en vano.

Más dueña de brujerías

que su selva de Santiago,

su piel de seda y peligro

es la piel de los remansos.

El teniente Martín Güemes

ya está con ella bailando.

En las trenzas de la moza

sobran nudos para atarlo.

Sirven las viejas el chisme

con el mate y el guarapo,

y es claro que ha de saberlo

hasta el general Belgrano.

Desde que manda ese Jefe

en el cuartel de Yatasto,

sólo se dejan las armas

para rezar a los santos.

A Buenos Aires va preso

el teniente de veinte años.

El parte oficial decía:

“por amores con la Iguanzo”.

Consuelan al prisionero

las acequias y los pájaros

y lo defiende con ira

la roja flor del lapacho.

Y al saber en su refugio,

por qué causa lo apresaron,

quiere limar sus cadenas

la cigarra del verano.


Julio César Luzzatto


El poema de Julio César Luzzatto refiere una de las tantas historias de amor de Martín Miguel de Güemes. Citado en Güemes ante la historia.



Hay un episodio en la historia de la Guerra de Independencia que generalmente se soslaya y es por qué no estaba Güemes en el Norte cuando Belgrano libró las batallas de Salta y Tucumán.

Esa ausencia se debe a que Belgrano se había hecho cargo del Ejército del Norte en 1812 y poco tiempo después envió a Güemes a Buenos Aires sancionándolo por su vida licenciosa, impropia de un oficial.

El acontecimiento que ocasionó la sanción es el de una escandalosa relación que mantenía el joven oficial con una donosa señora de Jujuy.

La señora se apellidaba Argañaraz de Iguanzo o Iguanso -según la vacilante ortografía de la época- era descendiente del fundador de Jujuy, don Francisco de Argañaraz y Murguía, y por tanto emparentada con Güemes, pues el caudillo tenía el mismo ascendiente por vía materna. Además de este parentesco que no era anormal en aquellas épocas, lo que tornaba escandalosa la relación era que la señora estaba casada con el oficial don Sebastián de La Mella.

La famosa Iguanzo es apenas mencionada por Bernardo Frías y Atilio Cornejo que tratan de minimizar el acontecimiento aclarando que en ese entonces Güemes era un oficial joven y dispuesto a los amores, igual que otros oficiales; pero Belgrano, comandante muy severo y estricto, no soportó ningún desliz en cuanto a la moralidad de su tropa.

Además, según esos autores, Belgrano fue influido por enemigos de Güemes que lo predispusieron mal y agrandaron los hechos comentando otras aventuras amorosas similares ocurridas en Santiago.

Ambos deslices del caudillo son los que aparecen mezclados en el poema de Julio César Luzzatto.

Rafael Gutiérrez 

Las damas en la guerra

La refinada cultura oriental supo hacer de todas las prácticas humanas un arte cuyos fundamentos han perdurado a través de los siglos, aunque muchas veces olvidemos sus orígenes.



El arte de la estrategia fue convertido en un juego de mesa para que cortesanos y militares pudieran ejercitar sus contiendas en forma incruenta.

Este juego sintetizó las formas y los valores de los actores y esquematizó el campo de batalla: infantería, caballería, máquinas de asedio, sacerdotes y señores asumieron un lugar y un valor de acuerdo con su papel en la sociedad y su rol en el momento de la conflagración.

La infantería, numerosa ya que su poder reside en el número; la caballería, reducida en cantidad y con más poder en el tablero porque su movilidad se debe adecuar al terreno como le sucede a las máquinas de asalto.

Los sacerdotes, cuyo poder no es directo, sino oblicuo, pues su fuerza no está tanto en la confrontación directa sobre el campo de batalla. Después de todo, las intrigas y acuerdos que entretejen las castas sacerdotales son tan valiosas como el amparo espiritual con el que se confortan los beligerantes durante la batalla.

Pero, ¿de dónde viene el poder otorgado a la "Dama", a la "Reina", a la "Señora" que acompaña al soberano? Como decíamos al principio, cada pieza no es solo un símbolo sino que opera como una síntesis, condensando en una imagen la realidad múltiple y diversa: esposas, hermanas, madres, hijas, cortesanas, sirvientas, todas señoras poderosas en el juego de la guerra.

Corría 1810 en las dilatadas colonias que alguna vez fueron parte del "Imperio en el que nunca se ponía el sol" y los hombres decidieron que la distribución del poder debía cambiar. Los intrigantes se alineaban en el tablero y se disponían a comenzar una larga partida de ajedrez. Sin embargo, la corta mirada de los hombres impedía que se dieran cuenta de que sin la participación de las damas la partida no se podría ganar.

Cuando se habla de las mujeres durante la guerra de la independencia, en el imaginario colectivo se las recuerda bordando banderas, donando joyas o curando heridos. Como de costumbre, la fama y la gloria se la llevan los grandes guerreros como San Martín, Belgrano o Güemes.

Sin embargo, escasa sería la grandeza de los héroes si no hubiera sido por aquellas olvidadas mujeres que lucharon en más frentes que los hombres.

Unas pocas trascendieron, salvadas por la memoria popular, como el caso de Macacha Güemes, hermana mayor del prócer, o a la aguerrida Juana Azurduy de Padilla, que atacara a las tropas realistas para rescatar la cabeza de su marido y darle cristiana sepultura.

Pero hubo muchas otras que constituyeron una temible red de espionaje y subversión que socavó una y ora vez la organización del ejército realista.

Cada vez que Salta estuvo ocupada no había dato, por diminuto que fuera, que no llegara a las tripas de Güemes, porque las damas, las niñas, las mujeres de la servidumbre y las esclavas entablaban amistades y hasta amores con oficiales, suboficiales y soldados que sucumbían ante los encantos de las hermosas salteñas, alojando la lengua y, a veces, hasta la voluntad –llegando incluso a cambiar del bando realista al bando patriota-.

Ante esta situación, los Altos Mandos Realistas tomaron severas medidas. Por ejemplo a Juana Moro, sospechada de espionaje, la emparedaron en su propia casa para que muriera de hambre. Este castigo ejemplar fue frustrado gracias a sus vecinos que, aunque realistas, no pudieron admitir tal barbarie y cavaron una pared para asistir a la condenada salvándole la vida.

Los castigos, lejos de amedrentar a las patriotas, las llevaron a aguzar el ingenio con mil recursos de un ingenio tal que hoy humillarían a cualquier servicio de espionaje moderno.

Loreta Peón mantuvo una red de comunicación entre las ciudades de Salta, San Salvador de Jujuy y Orán, llevando información oculta en sus polleras o utilizando un buzón secreto oculto en el árbol junto al río Arias.

Las criadas encargadas de lavar la ropa en el río, llevaban las cartas al “buzón”, Luis Burela pasaba luego a retirarlas y dejaba a cambio los nuevos requerimientos de información. Los realistas nunca lo supieron.

Loreta Sánchez de Peón con su cabello castaño y sus ojos azules no encontraba barrera que le impidiera trasponer las guardias, a los que ingresaba con la excusa de vender pan a los soldados. Una vez dentro contaba las tropas valiéndose de bolsas de maíz cuyos granos servían de ábacos libres de sospecha.

La esclava Juana Robles se encargó de difundir en Salta la noticia de que la ciudad de Montevideo había caído en manos patriotas, lo que socavaba la moral de las tropas realistas, por lo que fue apresada, juzgada y condenada a muerte. Sin embargo, la astuta morena salvó su vida haciendo creer a sus captores que estaba embarazada. Lo que no evitó que la humillaran públicamente, paseándola por la ciudad emplumada, semidesnuda bajo los insultos de la plebe y los soldados.

El General Pezuela, harto de luchar contra un enemigo invisible que lo acosaba en todos los frentes, ordenó a los cabildos que hicieran un padrón de todos los sospechosos de conspiración para apresarlos y llevarlos al Callao y liberó las propiedades de los emigrados al saqueo de los soldados.

En vano tomó tales resoluciones porque en los cabildos, antes que la obediencia a Pezuela, primó la amistad con los vecinos, lo que frustró el plan realista.

Un capítulo aparte merecen las valientes que acompañaron a los ejércitos liderando ataques, rescatando heridos y proveyendo auxilio en las batallas, como lo hiciera Martina Silva de Gurruchaga con su decisiva acción durante la Batalla de Salta.